Acompañamiento pedagógico
Pedagogía del acompañamiento, como educadores nos convertimos en acompañantes del niño afectado o de la clase que atraviesa una situación de muerte. La primera lección que debe comprender un educador como acompañante es aquella que leemos en El Principito: “El tiempo que dedico a mi rosa hace que esa rosa sea tan importante”. Acompañar requiere tiempo de reflexión previa: qué he de hacer, cómo voy a estar, qué palabras digo y qué no digo; y, sobre todo, estar preparado para la sorpresa, para quizá no saber responder a ciertas preguntas. No importa; lo crucial es estar y que los alumnos vean y sientan que el profesor está a su lado con ellos. Igualmente, el acompañamiento exige un mínimo plan de contenido de ese acompañamiento en el proceso del duelo. Quizá más intenso al principio, para después ir acompañan- do más desde la distancia –que no distantes–. El acompañamiento decrece en intensidad con el paso del tiempo, porque el objetivo es que el niño y la clase sea capaz de recolocar el acontecimiento de la muerte en la nueva vida que comienza.
Pedagogía del silencio, en la era de ruido, el silencio no es la no palabra sino la antesala de la palabra expresada con sentido. El silencio humaniza y da oportunidad para que las emociones encuentran su hueco en medio de la conversación. A veces lo queremos decir todo, y no dejamos que fluya el silencio. Hay un silencio que puede atosigar e incomodar, pero en la dinámica del acompañamiento personal en situaciones de duelo, el silencio permite estar y sentir al otro sosteniéndose sin juicios ni consideraciones, con el silencio acompañado de una mano en el hombro, de un gesto de cercanía. Silencio es más que callarse; es acoger el dolor del otro y no dar recetas, ni salir del paso corriendo. Es apoyo que no cae en el juicio, sino que simplemente está ahí, consolando. El consuelo está lleno de ternura en silencio.
Pedagogía de la escucha, la escucha acoge la palabra; acoge las emociones; acoge la globalidad de lo que acontece en la vida rota del niño que sufre la pérdida de un ser querido. Por eso hemos de escuchar con nuestra persona toda, no solo con el oído. El niño o el adolescente tendrá cosas que narrar, contar cómo ha pasado, cuáles han sido las circunstancias, quién estaba en el hospital, cómo han sido los últimos días de la enfermedad o cómo nos enteramos en la familia si fue de repente. Es el relato de lo acontecido que cada persona ha de personalizar verbalizando y expresándose. Hacernos prójimos de ese dolor narrado nos invita a ser escuchantes atentos, sin juicios ni valoraciones, sosteniendo lo que el otro dice sin cortar, sin dar recomendaciones, ofreciendo la escucha activa que ayuda a que el niño o el adolescente ponga nombre a las cosas que están pasando.
Pedagogía del reconocimiento, En las horas bajas de la muerte que golpea la vida del niño es cuando este más necesita del reconocimiento por lo que es y lo que vive. El reconocimiento exige mirar a la cara y a los ojos para revelar al otro: “te reconozco en tu dolor y estoy contigo”. Reconocer implica no minusvalorar ni exagerar. A través del reconocimiento me implico como educador para aventurarme en un proceso de volver a nacer con el otro (re-connaître). Del duelo sano se sale nacido para transitar otra etapa de la vida; mediante el reconocimiento se facilita ese paso.
Pedagogía de la autonomía, el duelo nos permite acompañar en el proceso de toma de conciencia personal de la muerte en la vida de niños y adolescentes. Este acontecimiento puede ayudar a madurar la autonomía necesaria que posibilitará un adecuado encaje para la vida adulta. El duelo en un niño no se completa hasta que en años posteriores lo vivido ese tiempo fructifique en pequeñas y grandes decisiones que van conformando la vida autónoma de El duelo en el ámbito escolar cada persona. Por eso, importa acompañar y animar a tomar pequeñas decisiones desde el primer momento: “quiero ir al tanatorio”, “quiero participar en el funeral leyendo las preces”, “quiero escribir una carta a mi hermano muerto”. Esos “quiero” representan una muy buena base de autonomía personal, que debemos posibilitar y acompañar.
Pedagogía del sentido, la muerte nos abre a preguntarnos con radicalidad acerca del sentido de nuestra vida, de la vida de cada niño y cada adolescente. Cabe acompañar las preguntas que buscan sentido a lo sucedido, como: ¿y ahora qué hago con mi vida?¿qué sentido tiene seguir viviendo sin la persona que tanto he querido? Quien educa no tiene respuestas ciertas, pero sí ha de acompañar estas preguntas sosteniendo el golpe del sinsentido que en primera instancia produce la muerte, para poco a poco adentrarse en la búsqueda de sentido, ya sea como fundamento de la vida o como dirección que le damos a la misma.
Pedagogía del cuidado, quizá todo lo expresado queda sintetizado con actuar desde el cuidado. Amamos lo que cuidamos y cuidamos aquello que amamos. En el trato con los niños en duelo, el cuidado se amasa en tres grandes tareas: en primer lugar, acoger al niño o adolescente con lo que trae; en cada nuevo encuentro se acoge al niño real, no al que debía ya haber superado esta u otra etapa. En segundo lugar, pacificar ayudando a posar tantos sentimientos y emociones deslocalizadas en un ámbito de aguas tranquilas en las que se podrá ver a sí mismo con sosiego y calma. Y, en tercer lugar, animar poco a poco hacia la reconstrucción personal. Es una animación que nace de dentro y que no se deja llevar por reclamos externos. La estrategia principal que anima esta pedagogía del cuidado es la ternura y la cercanía.
Fuente: Guía para educadores. El duelo en el ámbito escolar. Escuela Católicas. Madrid. Abril 2019.
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